Dewey
aboga por la necesidad de una “filosofía de la educación basada en una
filosofía de la experiencia”. Y esto es central, puesto que según él, es
necesario construir una filosofía propia para diferenciarse de la escuela tradicional
antes tomar como guía aquello que se rechaza, es decir una pura oposición. Por
ejemplo, dice: “porque la vieja educación impusiera el conocimiento, los
métodos y las reglas de conducta de la persona adulta al joven, no se sigue,
excepto sobre la base de una filosofía extremista de ‘o lo uno o lo otro’, que
el conocimiento y la destreza de la postura madura no tenga valor para la
experiencia de la persona inmadura”. Es
decir que, parte de una crítica no solo hacia la escuela tradicional, sino también
a una forma de proceder de la educación progresiva. Para él, “los principios
generales de la nueva educación no resuelven pos si mismos ninguno de los
problemas de la dirección y organización reales o prácticas de las escuelas
progresivas”. Por eso, es necesario
desarrollar positiva y constructivamente métodos y materias sobre “la
base de una filosofía de la experiencia”.
Y es que, para el autor, “la unidad fundamental de la nueva pedagogía se
encuentra en la idea de que existe una íntima y necesaria relación entre los
procesos de la experiencia real y la educación”. He aquí la importancia de una
idea correcta de la experiencia.
Sin
embargo, no debemos prestarnos a la confusión que Dewey identifica en la
educación progresiva, esto es, creer que “todas las experiencias son verdadera
e igualmente educativas”. Hay experiencias que no son educativas. “Una
experiencia es antieducativa cuando tiene por efecto detener o perturbar el
desarrollo de ulteriores experiencias”. Este género de experiencias es muy frecuente
en la escuela tradicional, puesto que en ella “lo perturbador no es la ausencia
de experiencia sino su defectuoso y erróneo carácter”.
Dewey
va a identificar, dentro de la cualidad de cualquier experiencia, dos aspectos.
Por un lado, el aspecto inmediato de agrado o desagrado. Por otro, su
influencia sobre las experiencias ulteriores. He aquí el “problema central” de
una educación basada en la experiencia: “seleccionar aquel género de
experiencias presentes que vivan fructífera y creadoramente en las experiencias
subsiguientes”. Aquello que permitiría
diferenciar las experiencias valiosas educativamente de las que no lo son, es
el principio de continuidad
experiencial. Este se basa en el hecho
del hábito y, “la característica básica del hábito es que toda experiencia
emprendida y vivida modifica al que actúa y la vive, afectando esta
modificación […] la cualidad de las experiencias siguientes”. Es un principio
de aplicación universal, siempre hay algún género de continuidad. Las
experiencias son fuerzas en movimiento, cuyo valor puede ser juzgado sobre la
base de aquello a lo que se mueve. La misión de quien educa radica, entonces,
en ver la dirección en la que marcha la experiencia. Puede evaluar la del joven
ya que como adulto tiene mayor madurez de experiencia que aquel, Pero esto “sin
imponer un control meramente exterior”. El educador debe ser capaz de ver “qué
actitudes conducen a un desarrollo continuado”. Dewey, incluso, observa la
necesidad de que el maestro sea capaz de comprender individualmente a los
alumnos.
Por
otra parte, toda experiencia “cambia en algún grado las condiciones objetivas
bajo las cuales se ha tenido la experiencia”. Quiere notar la importancia de
las experiencias pasadas en el presente, es decir, que este es lo que es porque
ha habido experiencias pasadas que han formado y transformado el mundo. Y
además, que ésta “no ocurre en el vacío”. El profesor debe ser especialmente
sensible en este aspecto puesto que debe tener en cuenta tanto la formación de
experiencias por las condiciones del ambiente y, saber “cómo utilizar los
ambientes físicos y sociales que existen, a fin de extraer de ellos todo lo que
poseen para contribuir a fortalecer las experiencias que sean valiosas”.
Alerta, por otra parte, sobre la necesidad de no subordinar las condiciones objetivas a lo que ocurre
dentro del individuo en pos de no imponer un control externo o limitar la
libertad.
El
segundo principio para interpretar la experiencia es el de interacción. Esta
alude al juego reciproco entre las condiciones objetivas y las condiciones
internas del individuo. Estas “series de condiciones”, tomadas en su
interacción constituyen una situación. Interacción y situación son
inseparables: “una experiencia es siempre lo que es porque tiene lugar una
transacción entre un individuo y lo que, en el momento, constituye su ambiente,
y si este último consiste en personas con las que está hablando sobre algún
punto o suceso, el objeto sobre el que se habla forma parte también de la
situación”, el ambiente es todo aquello que interactúa con las “necesidades,
propósitos y capacidades personales para crear la experiencia que se tiene”.
Tampoco
pueden separarse los principios de continuidad e interacción. Los conocimientos
y habilidades extraídos de una situación se convierten en “instrumentos” en la
experiencia próxima. El educador debe
tener aquí como preocupación directa “las situaciones en que tiene lugar la
interacción”. El factor de las condiciones objetivas, está dentro de las
“posibilidades de regulación por el educador”. Comprenden las “condiciones
objetivas” para Dewey, lo que hace quien educa y el modo como lo hace, no solo
las palabras habladas, sino también el tono de la voz; el equipo, los libros,
aparatos, juguetes y juegos empleados; materiales y “la total estructuración
social de las situaciones en que se halla la persona”, y todo ello “para crear una experiencia
valiosa”. Siempre considerando las “capacidades y propósitos de los enseñados”,
es decir, separarse de la concepción tradicional donde es la materia per se lo
que se considera educativo y donde cada materia se aprende aisladamente. Para
nuestro autor “no existe nada que sea un valor educativo en abstracto” el
verdadero sentido del crecimiento, la continuidad y la reconstrucción de la
experiencia es que esta debe hacer algo para preparar a una persona para
ulteriores experiencias más profundas.
Y es
que él defiende un aprendizaje que sirva para la vida, que no sacrifique las
potencialidades del presente a un futuro hipotético, porque para Dewey “el presente
afecta al futuro de algún modo”. Crear experiencias valiosas, como tarea de
quien educa, es depositar en él la responsabilidad de un futuro de plena
madurez, de la capacidad de extraer de la experiencia un conocimiento que sea
capaz de mejorar las condiciones
objetivas en que se desarrollaran las futuras experiencias.
De
este libro a la vez sencillo y profundo, extraemos también la apuesta de Dewey
por la democracia. ¿Por qué, en definitiva deberíamos preferir la educación
progresiva a la tradicional? La educación progresiva, para el filósofo, es la
que está más cerca de la democracia y la razón (y no la causa) por la que él la
prefiere es porque “la consulta mutua y las convicciones logradas por
persuasión hacen posible una mejor cualidad de experiencia en una escala más
amplia que la que puede ofrecerse de otro modo”.
A
modo de conclusión destacamos que Dewey cree en un educador, que lejos de dejar
librada la experiencia de los niños a sus necesidades e intereses, como suele
pensarse y decirse para defender una educación progresiva, valora profundamente
e incluso le otorga una enorme responsabilidad al educador y no por ello
desmereciendo los intereses y capacidades del niño ya que sino negaría el
principio de interacción. Asimismo da importancia a los conocimientos pasados.
El problema no es que los conocimientos pertenezcan a este, el problema se
centra en la forma en que estos se relacionan con la propia experiencia de los
alumnos.
John
Dewey, aun hoy, constituye una referencia insoslayable para quien desee pensar
en otra forma de educar, quien desee otro tipo de experiencia educativa, pero
también, para quien desee una sociedad mejor. Ante una realidad educativa
fragmentada, sufriendo todavía las consecuencias de las políticas neoliberales, abre y reabre la posibilidad de preguntarse,
al menos, por la relación entre educación y democracia (como se llamara uno de
sus libros), entre la posibilidad no solo de una educación más democrática,
sino también sobre la posibilidad y la necesidad de educar para una sociedad
más democrática.
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