viernes, 28 de julio de 2017

Experiencia y Educación - Resumen - Dewey



Dewey aboga por la necesidad de una “filosofía de la educación basada en una filosofía de la experiencia”. Y esto es central, puesto que según él, es necesario construir una filosofía propia para diferenciarse de la escuela tradicional antes tomar como guía aquello que se rechaza, es decir una pura oposición. Por ejemplo, dice: “porque la vieja educación impusiera el conocimiento, los métodos y las reglas de conducta de la persona adulta al joven, no se sigue, excepto sobre la base de una filosofía extremista de ‘o lo uno o lo otro’, que el conocimiento y la destreza de la postura madura no tenga valor para la experiencia de la persona inmadura”.  Es decir que, parte de una crítica no solo hacia la escuela tradicional, sino también a una forma de proceder de la educación progresiva. Para él, “los principios generales de la nueva educación no resuelven pos si mismos ninguno de los problemas de la dirección y organización reales o prácticas de las escuelas progresivas”. Por eso, es necesario  desarrollar positiva y constructivamente métodos y materias sobre “la base de una filosofía de la experiencia”.  Y es que, para el autor, “la unidad fundamental de la nueva pedagogía se encuentra en la idea de que existe una íntima y necesaria relación entre los procesos de la experiencia real y la educación”. He aquí la importancia de una idea correcta de la experiencia.
Sin embargo, no debemos prestarnos a la confusión que Dewey identifica en la educación progresiva, esto es, creer que “todas las experiencias son verdadera e igualmente educativas”. Hay experiencias que no son educativas. “Una experiencia es antieducativa cuando tiene por efecto detener o perturbar el desarrollo de ulteriores experiencias”. Este género de experiencias es muy frecuente en la escuela tradicional, puesto que en ella “lo perturbador no es la ausencia de experiencia sino su defectuoso y erróneo carácter”.
Dewey va a identificar, dentro de la cualidad de cualquier experiencia, dos aspectos. Por un lado, el aspecto inmediato de agrado o desagrado. Por otro, su influencia sobre las experiencias ulteriores. He aquí el “problema central” de una educación basada en la experiencia: “seleccionar aquel género de experiencias presentes que vivan fructífera y creadoramente en las experiencias subsiguientes”.  Aquello que permitiría diferenciar las experiencias valiosas educativamente de las que no lo son, es el  principio de continuidad experiencial.  Este se basa en el hecho del hábito y, “la característica básica del hábito es que toda experiencia emprendida y vivida modifica al que actúa y la vive, afectando esta modificación […] la cualidad de las experiencias siguientes”. Es un principio de aplicación universal, siempre hay algún género de continuidad. Las experiencias son fuerzas en movimiento, cuyo valor puede ser juzgado sobre la base de aquello a lo que se mueve. La misión de quien educa radica, entonces, en ver la dirección en la que marcha la experiencia. Puede evaluar la del joven ya que como adulto tiene mayor madurez de experiencia que aquel, Pero esto “sin imponer un control meramente exterior”. El educador debe ser capaz de ver “qué actitudes conducen a un desarrollo continuado”. Dewey, incluso, observa la necesidad de que el maestro sea capaz de comprender individualmente a los alumnos.
Por otra parte, toda experiencia “cambia en algún grado las condiciones objetivas bajo las cuales se ha tenido la experiencia”. Quiere notar la importancia de las experiencias pasadas en el presente, es decir, que este es lo que es porque ha habido experiencias pasadas que han formado y transformado el mundo. Y además, que ésta “no ocurre en el vacío”. El profesor debe ser especialmente sensible en este aspecto puesto que debe tener en cuenta tanto la formación de experiencias por las condiciones del ambiente y, saber “cómo utilizar los ambientes físicos y sociales que existen, a fin de extraer de ellos todo lo que poseen para contribuir a fortalecer las experiencias que sean valiosas”. Alerta, por otra parte, sobre la necesidad de no subordinar  las condiciones objetivas a lo que ocurre dentro del individuo en pos de no imponer un control externo o limitar la libertad.
El segundo principio para interpretar la experiencia es el de interacción. Esta alude al juego reciproco entre las condiciones objetivas y las condiciones internas del individuo. Estas “series de condiciones”, tomadas en su interacción constituyen una situación. Interacción y situación son inseparables: “una experiencia es siempre lo que es porque tiene lugar una transacción entre un individuo y lo que, en el momento, constituye su ambiente, y si este último consiste en personas con las que está hablando sobre algún punto o suceso, el objeto sobre el que se habla forma parte también de la situación”, el ambiente es todo aquello que interactúa con las “necesidades, propósitos y capacidades personales para crear la experiencia que se tiene”.
Tampoco pueden separarse los principios de continuidad e interacción. Los conocimientos y habilidades extraídos de una situación se convierten en “instrumentos” en la experiencia próxima.  El educador debe tener aquí como preocupación directa “las situaciones en que tiene lugar la interacción”. El factor de las condiciones objetivas, está dentro de las “posibilidades de regulación por el educador”. Comprenden las “condiciones objetivas” para Dewey, lo que hace quien educa y el modo como lo hace, no solo las palabras habladas, sino también el tono de la voz; el equipo, los libros, aparatos, juguetes y juegos empleados; materiales y “la total estructuración social de las situaciones en que se halla la persona”,  y todo ello “para crear una experiencia valiosa”. Siempre considerando las “capacidades y propósitos de los enseñados”, es decir, separarse de la concepción tradicional donde es la materia per se lo que se considera educativo y donde cada materia se aprende aisladamente. Para nuestro autor “no existe nada que sea un valor educativo en abstracto” el verdadero sentido del crecimiento, la continuidad y la reconstrucción de la experiencia es que esta debe hacer algo para preparar a una persona para ulteriores experiencias más profundas.
Y es que él defiende un aprendizaje que sirva para la vida, que no sacrifique las potencialidades del presente a un futuro hipotético, porque para Dewey “el presente afecta al futuro de algún modo”. Crear experiencias valiosas, como tarea de quien educa, es depositar en él la responsabilidad de un futuro de plena madurez, de la capacidad de extraer de la experiencia un conocimiento que sea capaz de mejorar  las condiciones objetivas en que se desarrollaran las futuras experiencias.
De este libro a la vez sencillo y profundo, extraemos también la apuesta de Dewey por la democracia. ¿Por qué, en definitiva deberíamos preferir la educación progresiva a la tradicional? La educación progresiva, para el filósofo, es la que está más cerca de la democracia y la razón (y no la causa) por la que él la prefiere es porque “la consulta mutua y las convicciones logradas por persuasión hacen posible una mejor cualidad de experiencia en una escala más amplia que la que puede ofrecerse de otro modo”.
A modo de conclusión destacamos que Dewey cree en un educador, que lejos de dejar librada la experiencia de los niños a sus necesidades e intereses, como suele pensarse y decirse para defender una educación progresiva, valora profundamente e incluso le otorga una enorme responsabilidad al educador y no por ello desmereciendo los intereses y capacidades del niño ya que sino negaría el principio de interacción. Asimismo da importancia a los conocimientos pasados. El problema no es que los conocimientos pertenezcan a este, el problema se centra en la forma en que estos se relacionan con la propia experiencia de los alumnos.

John Dewey, aun hoy, constituye una referencia insoslayable para quien desee pensar en otra forma de educar, quien desee otro tipo de experiencia educativa, pero también, para quien desee una sociedad mejor. Ante una realidad educativa fragmentada, sufriendo todavía las consecuencias de las políticas neoliberales,  abre y reabre la posibilidad de preguntarse, al menos, por la relación entre educación y democracia (como se llamara uno de sus libros), entre la posibilidad no solo de una educación más democrática, sino también sobre la posibilidad y la necesidad de educar para una sociedad más democrática.

Durkheim Emile Resumen La Educación: su naturaleza, su función


            La palabra educación comprende, como dice Stuart Mill, "todo aquello que hacemos por cuenta nuestra y todo aquello que los demás hacen por medio de nosotros, a fin de acercarnos a la perfección de nuestra naturaleza. En la más amplia expresión del término, comprende incluso los efectos indirectos producidos sobre el carácter y sobre las facultades humanas por ciertas cosas que tienen una finalidad totalmente diversa: las leyes, las formas de gobierno, las artes industriales e incluso los hechos físicos, independientemente de la voluntad del hombre, como el clima, el suelo y la posición geográfica".

            La acción de las cosas sobre los hombres es muy diversa, como modo de obrar y como resultados, de la que ejercen los propios hombres. Y la acción de los que tienen la misma edad, unos sobre otros, difiere de la que los adultos ejercen sobre los más jóvenes. Esta última es la única que por ahora nos interesa y, por tanto, será oportuno reservar para ella el término de "educación".

            ¿Y en qué consiste esta acción sui generis? A esta pregunta se han dado respuestas muy diferentes, que pueden reunirse en dos grupos principales.
            Según Kant, "la finalidad de la educación consiste en desarrollar en cada individuo toda la perfección que cabe dentro de sus posibilidades". Se trata, como se ha dicho muchas veces, del desarrollo armónico de todas las facultades humanas.

            Pero, no es posible por otra parte realizarlo por entero, ya que se encuentra en contradicción con otra regla de la conducta humana, la que nos ordena que nos consagremos a una tarea particular y limitada. No podemos ni debemos entregarnos todos al mismo género de vida, pero debemos, según nuestras aptitudes, desarrollar funciones diferentes.

            No todos estamos hechos para reflexionar, se necesitan también hombres de intuición y acción. Al contrario, también se necesitan hombres que tengan la tarea de pensar. Pues bien, el pensamiento no puede desarrollarse más que apartándose del movimiento, replegándose sobre sí mismo, sustrayendo de la acción exterior a aquel que se entrega por entero a pensar. De aquí se deriva una primera diferenciación que no se crea sin una ruptura de equilibrio. Y la acción, por su parte, lo mismo que el pensamiento, es capaz de asumir una multitud de formas diferentes y particulares. No cabe duda de que esta especialización no excluye cierto fondo común. De todas formas, parece que puede darse por sentado que una armonía perfecta no puede presentarse como la finalidad suprema de la conducta y de la educación.

            La educación tendría como objeto "hacer del individuo un instrumento de felicidad para sí mismo y para sus semejantes" (James Mill), porque la felicidad es una cosa esencialmente subjetiva, que cada uno aprecia a su modo. Es verdad que Spencer ha intentado definir objetivamente la felicidad. Para él, las condiciones de la felicidad son las de la vida. La felicidad completa es la vida en su plenitud. Pero ¿qué es lo que hemos de entender por "la vida"? Si se trata únicamente de la vida física, se puede muy bien señalar qué es lo que, al faltar, la hace imposible. Esa vida implica realmente cierto equilibrio entre el organismo y su ambiente.

            Pero de esa manera solamente es posible expresar las necesidades vitales más inmediatas. Para el hombre de nuestros días, una vida semejante no es la "vida". El standard of life, como dicen los ingleses, varía infinitamente según las condiciones, los ambientes y las circunstancias. Lo que ayer nos parecía que era suficiente, hoy nos parece que está por debajo de la dignidad del individuo.
           
La educación ha variado infinitamente, según los tiempos y según los países, la educación se esfuerza en hacer de ella una persona autónoma. Hoy la ciencia tiende a ocupar el puesto que ocupaba el arte en otros tiempos.

            ¿Se dirá que todo lo que se ha hecho no representa lo ideal? ¿Qué si la educación ha cambiado, esto se debe a que los hombres se han equivocado al juzgar lo que tenía que ser? hay necesidades ineludibles, de las que no se puede hacer abstracción. ¿De qué podría servirnos imaginar una educación que resultase mortal para la sociedad que la pusiera en práctica?

            Si se empieza así, preguntándose a uno mismo cual tiene que ser la educación ideal, haciendo abstracción de todo condicionamiento de tiempo y lugar, esto quiere decir que se está admitiendo implícitamente que un sistema educativo no tiene nada de real en sí mismo. No se ve en él un conjunto de prácticas y de instituciones que se han ido organizado lentamente en el curso de los tiempos, que se muestran solidarias de todas las demás instituciones sociales y que las expresan. Por el contrario, parece que se trata de un simple sistema de conceptos realizados; bajo este punto de vista da la impresión de que depende solamente de la lógica. No tenemos por qué hacernos solidarios de los errores de observación o de lógica, que han podido cometer nuestros predecesores; pero podemos y debemos plantearnos el problema, dejando aparte todo lo que ha ocurrido. Las enseñanzas de la historia pueden, todo lo más, evitarnos el peligro de volver a caer en los mismos errores que ya se cometieron anteriormente.

            Efectivamente, toda sociedad, considerada en un momento determinado de su desarrollo, tiene un sistema de educación que se impone a los individuos con una fuerza generalmente irresistible. Es inútil creer que podemos educar a nuestros hijos como queramos. Estos, una vez que hayan crecido y se hayan hecho adultos, no se encontrarán en condiciones de vivir entre sus contemporáneos, con los que no se sentirán en armonía. Han sido educados en unas ideas o demasiado arcaicas o demasiado avanzadas; da lo mismo. Existe, por tanto, en cada período, un modelo normativo de la educación, del que no nos es lícito apartarnos sin tropezar con vivas resistencias.

            Pues bien, las costumbres y las ideas que determinan este modelo no hemos sido nosotros, individualmente, quienes las hemos creado. Son el producto de la vida en común y expresan sus necesidades. En su mayor parte son además obra de las generaciones anteriores; toda nuestra historia ha dejado huellas en él, comprendida la historia de los pueblos que nos han precedido.

            Cuando se estudia históricamente la manera como se han formado y desarrollado los sistemas de educación, se descubre que dependen de la religión, de la organización política, del nivel de desarrollo de las ciencias, de las condiciones industriales, etc. Si se los aísla de todas estas causas históricas, resultan incomprensibles. Entonces, ¿de qué manera puede el individuo pretender reconstruir, con solo el esfuerzo de su pensamiento personal, lo que no es una obra del pensamiento individual? No puede actuar sobre ellas más que dentro de los límites en los que ha aprendido a conocerlas, sabiendo cuál es su naturaleza y cuáles son las condiciones de las que dependen.

            Cuando se desea determinar, mediante la dialéctica solamente, lo que tiene que ser la educación, se debe empezar por establecer cuáles son los fines que tiene que tener.¿Gracias a qué privilegio podemos estar mejor informados en lo que se refiere a la función educativa? Se nos responderá evidentemente que la educación tiene como objetivo preparar a los hombres del mañana. Pero esto significa sencillamente plantear el problema en términos apenas ligeramente distintos, dejándolo sin resolver. Pero no es posible a éstas preguntas más que empezando por observar en qué ha consistido y a qué necesidades ha atendido en el pasado. Por eso, la observación histórica resulta indispensable, aunque sólo sea para establecer la noción preliminar de "educación".

2. Definición de la educación

            Para definir la educación hemos de examinar los sistemas educativos que existen o que han existido, compararlos entre sí, poner de relieve los caracteres que tienen en común. La suma de estos caracteres constituirá la definición que andamos buscando.

            Para que se tenga educación es menester que exista la presencia de una generación de adultos y de una generación de jóvenes; así como también una acción ejercida por los primeros sobre los segundos.

            No existe, por así decirlo, ninguna sociedad en la que el sistema educativo no presente un doble aspecto: ese sistema es, al mismo tiempo, uno y múltiple. Es múltiple: se puede decir que existen tantas especies diversas de educación cuantos son los diferentes ambientes sociales en esa sociedad. La educación de los patricios era distinta de la de los plebeyos. Incluso en la actualidad, ¿no vemos como varía la educación con la clase social e incluso sencillamente con el ambiente? La educación en la ciudad es distinta que en el campo; la de los burgueses no es la misma que la de los obreros. Es evidente que la educación de nuestros hijos no debería depender de la casualidad que les ha hecho nacer aquí o allí, de unos padres en lugar de otros. Pero aún cuando la conciencia moral de nuestro tiempo hubiera recibido en este punto la satisfacción que está aguardando, la educación no se haría por este motivo más uniforme. Aún cuando la carrera de cada joven no estuviese ya, en gran parte, determinada a priori  por una herencia ciega; y puesto que el joven tiene que ser preparado con vistas a la función que estará llamado a desempeñar, la educación, a partir de cierta edad, no puede ya  seguir siendo la misma para todos los sujetos a los que es aplicada. Para encontrar una educación absolutamente homogénea e igualitaria sería preciso remontarse a las sociedades prehistóricas, dentro de las cuales no existía ninguna diferenciación; e incluso aquellas sociedades no representaban más que un momento lógico dentro de la historia de la humanidad.

            No existe ningún pueblo en el que no exista cierto número de ideas, de sentimientos y de prácticas que la educación tiene que inculcar a todos los niños indistintamente, sea cual fuere la categoría social a la que pertenecen. Hasta en esos países en los que la sociedad está dividida en castas cerradas la una a la otra, existe siempre una religión común para todos y, por consiguiente, los principios de la cultura religiosa, que pasa a ser entonces fundamental, son los mismos para toda la masa de la población. Aún cuando cada casta y cada familia tengan sus dioses particulares, existen también divinidades generales reconocidas por todos y a las que todos los niños aprenden a venerar.

         En el curso de nuestras historias se ha ido constituyendo todo un conjunto de ideas sobre la naturaleza humana, sobre la importancia respectiva de nuestras diferentes facultades, sobre el derecho y sobre el deber, sobre la sociedad, sobre el individuo, sobre el progreso, sobre la ciencia, sobre el arte, etc., que están en la base misma de nuestro espíritu nacional. Toda la educación, tanto la del rico como la del pobre, tanto la que conduce a las carreras liberales como la que prepara para las funciones industriales, tiene la finalidad de fijar esas ideas en la conciencia.

            De estos hechos se deduce que cada sociedad se forma en determinado ideal de hombre, que este ideal es en cierta medida el mismo para todos los ciudadanos; que a partir de cierto punto, ese ideal se va diferenciando según los ambientes particulares que comprende en su seno cualquier sociedad. Este ideal, que es al mismo tiempo uno y diverso, es el que constituye el polo de la educación. Así pues, ésta tiene como función suscitar en el niño: 1. cierto número de estados físicos y mentales que la sociedad a la que pertenece considera que no deben estar ausentes en ninguno de sus miembros; 2. Ciertas condiciones físicas y mentales que el grupo social particular (casta, clase, familia, profesión) considera igualmente que deben encontrarse en todos aquellos que lo constituyen.

            La sociedad no puede vivir si no se da entre sus miembros una homogeneidad suficiente; la educación perpetúa y refuerza esa homogeneidad, fijando a priori en el alma del niño las semejanzas esenciales que impone la vida colectiva. La educación asegura entonces la persistencia de la diversidad necesaria, diversificándose y especializándose ella misma. Si la sociedad ha llegado a un nivel de desarrollo tal que no pueden ya conservarse las antiguas divisiones en castas y en clases, prescribirá una educación que sea más unificada en la base. Si, en ese mismo momento, el trabajo se encuentra más dividido, provocará en los niños, sobre un primer fundamento de ideas y de sentimientos comunes, una diversidad de aptitudes profesionales más rica. Si vive en estado de guerra con las sociedades ambientales, se esforzará por formar los espíritus sobre una pauta enérgicamente nacional. Si la competencia internacional toma una forma más pacífica, el tipo que intente realizar será más general y más humano.

            Por tanto, la educación no es para la sociedad más que el medio por el cual logrará crear en el corazón de las jóvenes generaciones las condiciones esenciales para la propia existencia. Podemos llegar entonces a la siguiente fórmula: la educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que no están todavía maduras para la vida social; tiene como objetivo suscitar y desarrollar al niño cierto número de estados físicos, intelectuales y morales que requieren en él tanto la sociedad política en su conjunto como el ambiente particular al que está destinado de manera específica.

3. Consecuencias de la definición anterior: carácter social de la educación

            Se deduce que la educación consiste en una socialización metódica de la generación joven. Puede decirse que en cada uno de nosotros hay dos seres, los cuales, a pesar de ser inseparables a no ser por el camino de la abstracción, no pueden evitar, sin embargo ser distintos. El uno está hecho de todos los estados mentales que no se refieren más que a nosotros mismos y a los acontecimientos de nuestra vida personal; es el que podríamos llamar nuestro ser individual. El otro es un sistema de ideas, de sentimientos y de hábitos que expresan en nosotros, no ya nuestra personalidad, sino el grupo o los grupos diversos de los que formamos parte, son las creencias religiosas, las creencias y las prácticas morales, las tradiciones nacionales y profesionales, las opiniones colectivas de toda clase. Su conjunto es lo que forma nuestro ser social. El objetivo final de la educación sería precisamente constituir ese ser en cada uno de nosotros.

            Por otra parte, de aquí es de donde se deduce también la importancia de su fusión y la fecundidad de su acción. Efectivamente, no sólo no está ya preconstituido y preparado ese ser social en la constitución primitiva del hombre, sino que ni siquiera es el resultado de desarrollo espontáneo. Espontáneamente el hombre no habría sido propenso a someterse a una autoridad política, a respetar una disciplina moral, a entregarse al sacrificio por los demás. No había nada en nuestra naturaleza congénita que nos predispusiese necesariamente a convertirnos en siervos de unas divinidades, de unos emblemas simbólicos de la sociedad, a rendirse culto, a privarnos de algo en su honor. Ha sido la misma sociedad la que, a medida que se ha ido formando y consolidando, ha sacado de su seno estas grandes fuerzas morales, ante las cuales el hombre ha sentido su propia inferioridad.

            Si prescindimos de las tendencias vagas en inciertas que pueden ser debidas a la herencia, el niño, al entrar en la vida, no introduce en ella más que la aportación de su naturaleza individual. Por consiguiente, la sociedad se encuentra ante toda la generación en presencia de una especie de tabla casi totalmente rasa, sobre la cual tendrá que construir con esfuerzos renovados. Es preciso que, mediante los procedimientos más rápidos que sea posible, a ese ser asocial y egoísta que ha venido al mundo se le sobreponga otro ser, capaz de llevar una vida moral y social. Esa obra educativa no se limitará a desarrollar el organismo individual en la dirección indicada por su naturaleza, crea realmente en el hombre un ser nuevo.

            Esta virtud creadora es, por otra parte, un privilegio especial de la educación humana. Es muy distinta la que reciben los animales, si es que puede darse este nombre al adiestramiento progresivo al que se ven sometidos por obra de sus padres. Estos pueden efectivamente acelerar el desarrollo de ciertos instintos que dormitan en el pequeño, pero no lo inician en una vida nueva, no crean nada.

            Esto depende del hecho de que los animales o viven fuera de toda organización social, o forman sociedades muy simples, que funcionan gracias a mecanismos instintivos que cada individuo lleva dentro de sí mismo y que están ya completamente constituidos desde el momento de su nacimiento. Por tanto, la educación no puede añadir nada a lo esencial de la naturaleza, ya que ésta es suficiente para todo, en el hombre las aptitudes de todo género que presupone la vida social son demasiado complejas para poder encarnarse, de alguna manera, en nuestros tejidos y materializarse bajo la forma de predisposiciones orgánicas. De ahí se sigue que no pueden transmitirse de una generación a otra por el camino de la herencia.

            Además, se dirá, si efectivamente es posible concebir que las cualidades puramente morales, puesto que imponen al individuo ciertas privaciones que van en contra de sus impulsos naturales, por ejemplo, las cualidades de la inteligencia, que le permitan adaptar mejor su propia conducta a la naturaleza de las cosas, las cualidades físicas y todo aquello que contribuye al vigor y a la salud del organismo. Para esas cualidades, por lo menos, parece ser que la educación, al desarrollarlas, no hace más que salir al encuentro del desarrollo mismo de la naturaleza.

            La educación responde ante todo a necesidades sociales. Todavía estamos muy lejos de ver reconocidas por todos los pueblos las ventajas de una cultura sólida. La ciencia, el espíritu crítico, que hoy colocamos tan arriba, han sido mirados con cierta sospecha durante varios siglos. Hay que guardarse mucho de considerar que esta indiferencia frente al saber haya sido impuesta artificialmente a los hombres, en violación de su naturaleza.  Ellos no desean la ciencia más que en la medida en que la experiencia les ha enseñado que no pueden prescindir de ella. Como ya decía Rousseau, para satisfacer las necesidades vitales podía bastar con las impresiones, con la experiencia y con los instintos, lo mismo que bastaba con todo esto a los animales. Si el hombre no hubiera conocido otras necesidades más que aquellas tan sencillas que tienen sus raíces en su constitución individual, no se habría puesto en busca de una ciencia, sobre todo si se tiene en cuenta que ésta no se ha adquirido sin dolorosos y laboriosos esfuerzos. El hombre no ha conocido la sed del saber más que cuando la sociedad la ha despertado en él. Y la sociedad no la ha despertado más que cuando ella misma se ha visto necesitada de ese saber. Ese momento llegó cuando la vida social, bajo todas sus formas, se hizo demasiado compleja para poder funcionar de otra forma que no fuese gracias al concurso del pensamiento meditado, esto es, del pensamiento iluminado por la ciencia. Entonces la cultura científica se hizo indispensable y por este motivo es por lo que la sociedad exige de sus miembros esa ciencia y se la impone como un deber. Pero, en los orígenes, bastaba con la ciega tradición, lo mismo que al animal le bastaba con el instinto.

            En Esparta tenían sobre todo la finalidad de ir endureciendo los miembros para la fatiga; en Atenas representaba la manera de ir moldeando cuerpos hermosos a la vista; en tiempos de la caballería se le pedía que formase guerreros ágiles y esbeltos; en nuestros días tiene solamente una finalidad higiénica y se preocupa sobre todo de limitar los efectos peligrosos de una cultura intelectual demasiado intensa.

            Mientras íbamos mostrando a la sociedad que modelaba según sus propias necesidades a los individuos, podía surgir la duda de si éstos soportaban ante tal hecho una intolerable tiranía. Pero en realidad son ellos mismos los interesados en esta sumisión, ya que el ser nuevo que va edificando de este modo en cada uno de nosotros la acción colectiva, a través de la educación, representa lo que hay de mejor en nosotros, lo que hay de propiamente humano en nosotros. En efecto, el hombre es hombre solamente y en cuanto que vive en sociedad.

            En primer lugar, si hay en la actualidad un hecho históricamente establecido, es que la moral guarda estrechas relaciones con la naturaleza de la sociedad, la moral cambia cuando cambian las sociedades. Esto es, depende de la vida en común. Es la sociedad la que nos hace realmente salir de nuestro egocentrismo, la que nos obliga a tener en cuenta otros intereses distintos de los nuestros, la que nos ha enseñado a dominar nuestras pasiones, nuestros instintos, a darles una ley, a guardar sujeción a ciertas normas, a padecer privaciones, a sacrificarnos, a subordinar nuestros objetivos personales a finalidades más elevadas. Todo el complejo de representaciones que provoca en nosotros la idea y el sentimiento de la regla de la disciplina, tanto interior como exterior, ha sido la sociedad la que lo impuesto a nuestras conciencias. Este es el motivo de que hayamos adquirido esa fuerza de resistir a nosotros mismos, ese dominio sobre nuestras tendencias.

            Es la ciencia, la que elabora las nociones fundamentales que dominan sobre nuestro pensamiento: nociones de causa, de ley, de espacio, de número, de cuerpo, de vida, de conciencia, de sociedad, etc. Pues bien, estas ideas están perpetuamente en evolución. Esto sucede porque son el resumen, el resultado de todo trabajo científico, la ciencia es una obra colectiva, ya que supone una amplia colaboración de todos los hombres de ciencia no solamente de la misma época, sino de todas las épocas, sucesivas de la historia.

            Antes de que estuvieran organizadas las ciencias, la religión tenía ese mismo oficio, ya que cualquier mitología constituye una elaboración, ya muy elaboradas, del hombre y del universo. La ciencia, por lo demás, ha sido la heredera de la religión, la religión es una institución social. Al aprender una lengua, aprendemos todo un sistema de ideas distintas y clasificadas y somos los herederos de todos los trabajos de los que se han derivado aquellas clasificaciones que resumen varios siglos de experiencia. Pero hay más todavía; sin el lenguaje no tendríamos, por así decirlo, ideas generales, puesto que es la palabra la que, al fijarlos, les da a los conceptos una consistencia suficiente para que puedan ser manejados cómodamente por el espíritu.

            Si se le retirase al ser humano todo lo que recibe de la sociedad: volvería a caer en el nivel en que se mueven los animales. Si ha podido superar la etapa en la que se han detenido los animales, se debe ante todo a que no se ha reducido solamente al fruto de sus propios esfuerzos personales, sino que ha cooperado regularmente con sus semejantes, y los productos del trabajo de una generación no se han perdido para la generación que viene después.



4.- La función del estado en materia de educación

            En contra de ellos está el derecho de la familia. El niño, se dice, es ante todo de sus padres; por consiguiente, es a éstos a los que corresponde dirigir de la forma que juzguen necesario su desarrollo intelectual y moral. La educación se concibe entonces como una cosa esencialmente privada y doméstica. El estado se dice a veces, limitarse a servir de auxiliar y de sustituto a las familias. Cuando éstas no están en condiciones de cumplir con su deber, es natural que el estado se encargue de ello. También es natural que procure hacerles esta tarea lo más fácil posible, poniendo a su disposición el suficiente número de escuelas adonde puedan, si quieren , enviar a sus hijos. Pero debe mantenerse estrictamente dentro de estos límites, prohibiéndose a sí mismo cualquier clase de acción positiva destinada a imponer una orientación determinada al espíritu de la juventud.

            Por el contrario, su misión está muy lejos de tener que ser tan negativa, la educación tiene primordialmente una función colectiva, si tiene por objeto la adaptación del niño al ambiente social en el que está destinado a vivir, por tanto, es a ella a la que toca recordar incesantemente al maestro cuáles son las ideas, los sentimientos que tiene que procurar inculcar en el niño para ponerlo en armonía con el ambiente en el que está llamado a vivir. Si dejase de estar siempre presente y vigilante para obligar a la acción pedagógica a mantener su sentido social, ésta se pondría necesariamente al servicio de ideologías particulares y la gran alma de la patria se disgregaría y se reduciría.

            Desde el momento en que la educación es una función esencialmente social, el estado no puede desinteresarse de ella. Al contrario, todo lo que guarde alguna relación con ella tiene que quedar sometido de algún modo a su acción superior. Con esto no se quiere decir que el estado tenga que tener el monopolio de la enseñanza. Se puede considerar que los progresos escolares son más fáciles y más rápidos donde se le ha dejado cierto margen a las iniciativas individuales, dado que el individuo es más fácilmente un innovador que el estado. Pero de este hecho, o sea, de que el estado tenga que dejar en interés del público que se abran otras escuelas distintas de aquellas que cuya responsabilidad ha asumido más directamente, no se deduce que tenga que permanecer extraño a lo que en ellas sucede. Al contrario, la educación que se imparte en ellas debe permanecer sujeta a su control. Tampoco es admisible que la función del educador pueda ser ejercida por una persona que no presente garantías especiales, de las que solamente el estado puede ser el juez competente.

            Indudablemente, los límites dentro de los cuales tiene que desarrollarse su intervención difícilmente pueden ser determinados una vez y para siempre, pero el principio de esta intervención no puede ser discutido. No hay ninguna escuela que pueda arrogarse el derecho de dar, con plena libertad, una educación antisocial. Efectivamente, no es tarea del estado la creación de esa comunidad de ideas y de sentimientos sin los cuales no puede subsistir una sociedad; esa comunidad debe constituirse por sí sola y el estado no puede hacer otra cosa más que consagrarla, mantenerla. Nos encontramos divididos por concepciones divergentes e, incluso a veces, contradictorias. No sería admisible que se reconociese a la mayoría el derecho de imponer sus propias ideas a los hijos de la minoría. La escuela no puede ser cosa de un partido y el maestro faltaría a sus deberes si se pusiera a hacer uso de la autoridad de que dispone para arrastrar a sus alumnos al surco de sus simpatías partidistas personales. Pero, a pesar de todas las disidencias, se goza de: respecto a la razón, a la ciencia, a las ideas y a los sentimientos que constituyen la base de la moral democrática. Es tarea del estado poner de relieve estos principios esenciales, hacer que se enseñen en sus escuelas, velar para que ninguna parte política intente ocultarlos a los jóvenes, hacer que en todas partes se hable de ellos con el respeto que les es debido

5.- Poder de la educación: los medios de acción

            Para Fontenelle "ni la buena educación forja un buen carácter, ni la mala la destruye". Al contrario, para Locke y para Helvetius la educación es omnipotente. Según este último, "todos los hombres nacen iguales y con aptitudes iguales; solamente la educación es la que crea las diferencias". La teoría de Jacotot se aproxima mucho a la precedente.

            La educación no hace al hombre de la nada, como creían Locke y Helvetius, sino que se aplica a unas disposiciones que existen de antemano. Por otro lado puede muy bien concederse, de una forma general, que estas tendencias congénitas son muy fuertes, muy difíciles de destruir o de transformar radicalmente; porque dependen de unas condiciones orgánicas sobre las cuales el educador tiene muy poca influencia.

            Se da un tipo de predisposición establecida, rígida, invariable, que no deja mucho lugar para la acción de las causas externas: el instinto. Se habla a veces del instinto de conservación; pero la expresión es impropia. Porque un instinto es un sistema de movimientos determinados, siempre los mismos, que una vez que han sido hechos saltar por la sensación se concatenan automáticamente unos con otros hasta que logran llegar a su término natural, sin que la reflexión tenga que intervenir en ningún momento del proceso. Pero los movimientos que hacemos cuando está en peligro nuestra vida no tienen nada que ver con esta determinación y con esta invariabilidad automática. Van cambiando a medida que cambia la situación; nosotros los adaptamos a las circunstancias; esto quiere decir que no se producen sin una cierta elección consciente, aunque rápida. Lo que recibe el nombre de instinto de conservación no es en definitiva más que un impulso general de huir de la muerte, sin que estén predeterminados una vez para siempre los medios mediante los cuales procuramos evitarla. No se puede decir eso mismo del que a veces recibe el nombre, con igual impropiedad, de instinto maternal, instinto paternal incluso instinto sexual. Se trata de impulsos en una determinada dirección; pero los medios mediante los cuales se realizan impulsos cambian de un individuo a otro, de una ocasión a otra.  

            A pesar de todo lo que se diga, nadie nace criminal; mucho menos decirse que uno esté destinado a partir de su nacimiento a este o a aquel tipo de delito; lo que se hereda es una cierta falta de equilibrio mental, que hace al individuo más refractario a una conducta regular y disciplinada. Pero un temperamento semejante no destina a priori a un hombre a ser un explorador amante de las aventuras más bien que un criminal, un profeta, un renovador político, un inventor, etc. Como observa Bain, "el hijo de un gran filósofo no hereda de él ni un solo vocablo; el hijo de un gran viajante puede verse superado en la clase de geografía por el hijo de un minero". Lo que el niño recibe de sus progenitores son ciertas facultades muy generales; es una cierta fuerza de atención, una cierta dosis de perseverancia, un juicio sano, imaginación, etc. Pero cada una de estas facultades puede servir para cualquier clase de objetivos diferentes. Las únicas formas de actividad que pueden transmitirse hereditariamente son aquellas que se repiten siempre de una manera suficientemente idéntica para poder fijar en una forma rígida dentro del tejido del organismo. Pues bien, la vida humana depende de las condiciones múltiples, complejas y consiguientemente mutables. Es menester que ella misma cambie y se modifique sin parar.

            Entre las virtualidades indecisas que constituyen al hombre en el momento de su nacimiento y el personaje bien definido en que tiene que convertirse para poder desarrollar una acción útil en la sociedad, es muy considerable la distancia.

            Para poder dar una idea de lo que constituye la acción educativa y señalar todo su poder, un psicólogo contemporáneo, Guyau, la ha comparado con la sugestión hipnótica. Y esta relación no carece de fundamento. Con esta finalidad es preciso que el hipnotizador hable con un tono de mando, con autoridad. Tiene que decir: "yo quiero". Y tiene que demostrar también que ni siquiera puede imaginarse una resistencia a obedecer, que el acto tiene que llevarse a cabo, que la cosa tiene que ser vista tal como él la hace ver, que no puede ser de otra manera. Si él tiende a debilitar su acción, se ve como vacila el sujeto y cómo a veces se niega a obedecerle. Si por ventura entra en discusión con él, su poder se ha desvanecido.

            Pues bien, estas dos condiciones se encuentran realizadas en las relaciones que mantiene el educador con el educando que está sometido a su acción: 1) el joven se encuentra naturalmente en un estado de pasividad absolutamente parangonable con el que el hipnotizador se encuentra colocado artificialmente; su conciencia no contiene todavía más que un pequeño número de representaciones capaces de luchar en contra de las que le son sugeridas por el maestro; su voluntad es todavía rudimentaria y por eso mismo sumamente sugestionable. Por ese mismo motivo se muestra muy accesible al contagio del ejemplo y particularmente inclinado a la imitación. 2) El ascendiente que el maestro tiene naturalmente sobre el alumno, debido a la superioridad de su experiencia y de su cultura, dará naturalmente a su acción la poderosa eficacia que le es necesaria.

            Esta comparación demuestra como el educador dista mucho de estar desarmado frente al alumno, dado que conoce toda la fuerza de sugestión hipnótica. Por consiguiente, si la acción educativa posee, aunque sea en un nivel más bajo, una eficacia análoga, podemos esperar mucho de ella, con tal que el educador sepa servirse de su influjo. Como dice Herbart, no es gritando al niño de vez en cuando con violencia como se podrá actuar enérgicamente sobre él. Pero cuando la educación es paciente y continua, cuando no busca resultados inmediatos y aparentes, sino que prosigue lentamente en un sentido bien determinado, sin dejarse desviar por los incidentes exteriores o las circunstancias fortuitas, es cuando dispone de todos los medios necesarios para imprimir un sello profundo en las almas de los educandos.

            Hemos visto como la educación tiene la finalidad de sobreponer al ser individualista y asocial que somos cada uno de nosotros en el momento de nacer otro ser totalmente nuevo. Tiene que llevarnos por consiguiente a superar nuestra naturaleza original. Con esta condición es como el niño se convertirá en hombre. Ahora bien, nosotros no podemos elevarnos por encima de nosotros mismos más que mediante un esfuerzo más o menos penoso. Para aprender a contener el propio egoísmo natural, a subordinarse a unos fines más altos, a someter los propios deseos al imperio de la voluntad, a mantenerlos dentro de unos justos límites, es necesario que el niño ejerza sobre sí mismo una fuerte contención. Pues bien, nosotros no nos constreñiremos a nosotros mismos, no nos hacemos violencia más que por alguna de estas dos razones: porque es preciso hacerlo por una necesidad física o porque tenemos que hacerlo moralmente.

            Queda en segundo plano el deber. Este es, efectivamente el sentido del deber tal como se presenta, para el niño y para el propio adulto, el estimulante del esfuerzo por excelencia. Lo supone el mismo amor propio. Porque,  para ser sensible como es necesario a los castigos y a las recompensas, es menester tener ya conciencia de la propia dignidad y, por consiguientemente, del propio deber. Pero el niño no puede conocer el deber más que o través de sus maestros o de sus padres, es necesario que ellos sean, para él, el deber encarnado y personificado. En otras palabras, la autoridad moral es la cualidad principal que debe poseer el educador, puesto que es por la autoridad que hay en él por lo que el deber es el deber, es indispensable que de la persona del educador emane una impresión de este mismo género.

            Supone que se han realizado ya en el maestro dos condiciones principales. En primer lugar, que tenga voluntad, porque la autoridad implica confianza y el niño no puede entregar su propia confianza  a una persona a la que vea vacilante, indecisa, retractando sus propias decisiones. Pero esta primera condición no es todavía la esencial; lo que importa sobre todo es que el maestro sienta realmente en sí mismo aquella autoridad de la que tiene que dar sentido. Esta constituye una fuerza que no puede manifestarse si él no la posee realmente. Pues bien, ¿de dónde puede venirle? ¿Del poder material del que está armado, del derecho que tiene a castigar y a recompensar? Pero el temor del castigo es algo muy distinto del respeto a la autoridad. Ese temor no tiene ningún valor moral si el castigo no es reconocido como justo por aquel que tiene que soportarlo. Esto implica que la autoridad punitiva tiene que ser reconocida precisamente como legítima. Este es el punto principal. No es desde fuera como tiene que conseguir el maestro su propia autoridad, sino desde sí mismo; no puede venirle más que de una fe interior. El maestro laico puede y debe también tener algo de esta persuasión. También él es el mandatario de una gran persona moral que lo supera: la sociedad. Y lo mismo que el sacerdote es el intérprete de las grandes ideas morales de su tiempo y de su país. Por consiguiente, si se siente aferrado a esas ideas, la autoridad que está contenida en ellas y de la que él tiene plena conciencia, entonces no podrá menos que ver cómo esa misma autoridad se comunica a su persona y a todo lo que de ella emana.

            A veces se ha puesto en oposición la libertad y la autoridad, como si estos dos factores de la educación estuvieran en contradicción entre sí y se limitasen recíprocamente. Pero esta oposición es ficticia. En realidad, estos dos términos se postulan entre sí, en vez de excluirse. La libertad es hija de una autoridad bien entendida. Porque ser libres no quiere decir hacer lo que a uno le parece y le gusta; quiere decir ser dueño de sí mismo, quiere decir saber obrar sobre la base de la razón y cumplir con el propio deber. Por lo tanto, es preciso ejercitar al niño para que la reconozca en la palabra de su maestro y para que admita su ascendiente. Con esta condición es como sabrá más tarde encontrarla de nuevo en su conciencia y obedecer sus mandatos.




jueves, 27 de julio de 2017

Resumen "Democracia y Educación" cap. 1 y 2 Jhon Dewey

CAPíTULO PRIMERO
La educación como necesidad de la vida
1. Renovación de la vida por transmisión
La diferencia más notable existente entre los seres vivos y los inanimados es que los primeros se conservan por renovación. La piedra no intenta reaccionar de forma que pueda mantenerse intacta respecto al golpe, y mucho menos hacer que el golpe sea un factor que contribuya a su propia acción continuada. El ser vivo no se divide en trozos más pequeños, sino que pierde su identidad como una cosa viva.
La vida es un proceso ·de autorrenovación mediante la acción sobre el medio ambiente. Este proceso no puede mantenerse indefinidamente en todas las formas superiores. Después de algún tiempo éstas sucumben; mueren.
La continuidad de la vida significa una readaptación continua del ambiente a las necesidades de los organismos vivos. Nosotros empleamos la palabra ''vida'' para designar toda la extensión de la experiencia, empleamos la palabra "experiencia" en el mismo fecundo sentido. Con la renovación de la existencia física se realiza, en el caso de los seres humanos, la recreación de las creencias, los ideales, las esperanzas, la felicidad, las miserias y las prácticas.
Cada individuo, cada unidad de portadores de la experiencia vital de su grupo desaparece con el tiempo. Y sin embargo, la vida del grupo continúa. El nacimiento y la muerte de cada uno de los miembros constitutivos de un grupo social determinan la necesidad de la educación.
Se halla el contraste entre la inmadurez de los miembros recién nacidos del grupo -sus únicos representantes futuros- y la madurez de los miembros adultos que poseen el conocimiento y las costumbres del grupo.
La sociedad existe mediante un proceso de transmisión tanto como por la vida biológica. Esta transmisión se realiza por medio de la comunicación de hábitos de hacer, pensar y sentir de los más viejos a los más jóvenes, los seres humanos jóvenes son tan inmaduros que si se les dejara entregados a sí mismos sin la guía y el socorro de los demás, no podrían ni aun adquirir las destrezas rudimentarias necesarias para la mera existencia física.
2_ Educación y comunicación
Evidente es, la necesidad de enseñar y aprender para la existencia continuada de una sociedad, un método importante de la transmisión que forma las disposiciones de los seres inmaduros: pero son sólo un medio y, comparado con otros factores, un medio relativamente superficial.
La sociedad no sólo continúa existiendo por la transmisión, por la comunicación, sino que puede decirse muy bien que existe en la transmisión y en la comunicación.
La comunicación que asegura la participación en una inteligencia común es la que asegura disposiciones emocionales e intelectuales semejantes, como modos de responder a las expectaciones y a las exigencias.
Los individuos no constituyen tampoco un grupo social porque trabajen todos por un mismo fin. Las partes de una máquina trabajan con un máximo de cooperación por un resultado común, pero no constituyen una comunidad. Si, todas reconocieran el fin común y se interesaran por él todas de modo que regularan su actividad específica en vista de él, entonces formarían una comunidad. Pero esto supondría comunicación. Cada una habría de conocer lo que conocen las demás.
Dentro del grupo más social existen muchas relaciones que no son aún sociales. Un gran número de relaciones humanas en todo grupo social se hallan aún en un plano semejante a la máquina, las relaciones de padres e hijos, maestros y alumnos, patronos y empleados, gobernantes y gobernados, no constituyen un verdadero grupo social, por muy íntimamente que sus actividades respectivas se conexionen unas con otras. El dar y tomar órdenes modifica la acción y los resultados, pero esto no efectúa una comunicación de intereses.
La vida social es idéntica a la comunicación, y toda comunicación (y por tanto toda vida social auténtica) es educativa. Ser un receptor de una comunicación es tener una experiencia ampliada y alterada.
La experiencia debe formularse para ser comunicada. Sólo cuando llega a fundirse en un molde y se convierte en rutina, pierde su poder educativo. La vida social no sólo exige señalar y aprender para su propia permanencia, sino que el mismo proceso de convivir educa. Este amplía e ilumina la experiencia; estimula y enriquece la imaginación; un hombre que viva realmente aislado (aislado tanto mental como físicamente) tendría poca o ninguna ocasión de reflexionar sobre su experiencia pasada para extraer su sentido neto.

3. El lugar de la educación sistemática
La educación que cada uno obtiene de vivir con los demás es incidental: es natural e importante, pero no expresa la razón de la asociación, las asociaciones religiosas, por ejemplo, comenzaron con el deseo de asegurarse el favor de los poderes supremos y de evitar las influencias del mal; la vida familiar, con el deseo de asegurar la perpetuidad familiar; el trabajo sistemático, en su mayor parte, por la servidumbre de los otros, etc.
Pero al tratar con el joven, la necesidad de adiestramiento es demasiado evidente; la presión para producir un cambio en su actitud y hábitos es demasiado urgente. Puesto que nuestro principal quehacer con él es capacitarle para compartir una vida en común, no podemos dejar de considerar si estamos o no formando los poderes que aseguran esta capacidad.
Dentro del amplio proceso educativo que hemos considerado hasta ahora, a un género más sistemático de educación, el de la tutela directa o escolaridad. En los grupos sociales no desarrollados encontramos muy poca enseñanza y adiestramiento sistemático (formal). Dependen de que los niños aprendan las costumbres de los adultos, adquiriendo emociones e ideas, participando en lo que hacen las personas mayores.
En cierto modo, esta participación es directa, al tomar parte en las opiniones de los adultos y al realizar así un aprendizaje; pero por otro lado, es indirecta a través de los juegos en los que los niños reproducen las acciones de los adultos y llegan así a saber que son sus semejantes.
La capacidad para participar eficazmente en las actividades adultas depende así de un adiestramiento previo proporcionado con este fin. Se organizan instituciones intencionadas -las escuelas- y material exprofeso –los estudios. Las tareas de enseñar ciertas cosas se delegan en un grupo especial de personas.
Sin tal educación sistemática no es posible transmitir todos los recursos y adquisiciones de una sociedad compleja.
Pero la participación en la actividad real, sea directa o indirectamente en el juego, es por lo menos personal y vital. La instrucción sistemática, por el contrario, llega a ser fácilmente remota y muerta, en una cultura avanzada, mucho de lo que se ha de aprender se halla depositado en símbolos. Está lejos de su transmisión en actos y objetos familiares. Tal material es relativamente técnico y superficial.
Existe el peligro constante de que el material de la instrucción sistemática sea meramente el tema de estudio de las escuelas, aislado de los temas de las experiencias de la vida.
Así alcanzamos la noción ordinaria de la educación: noción que ignora su necesidad social y su identidad con toda asociación humana que afecte a la vida consciente y que la identifican con la información proporcionada sobre asuntos remotos y la transmisión de saber mediante signos verbales: la adquisición del alfabetismo.

Sumario
La vida es un proceso de autorrenovación. Lo que la nutrición y la reproducción son a la vida fisiológica, es la educación a la vida social. La comunicación es un proceso a compartir la experiencia hasta que ésta se convierte en una posesión común. Que la significación ulterior de toda forma de asociación humana se halla en la contribución que haca el perfeccionamiento de la cualidad de la experiencia, es un hecho que se reconoce más fácilmente al tratar con los seres inmaduros.
A medida que las sociedades se hacen más complejas en su estructura y recursos, aumenta la necesidad de la enseñanza y el aprendizaje sistemático o intencional. Así existe el peligro de crear una separación indeseable entre la experiencia obtenida en las asociaciones más directas y la que se adquiere en la escuela.


CAPíTULO 
La educación como función social
1. Naturaleza y significación del medio ambiente
La educación es un proceso de estimulación, de nutrición y de cultivo.
Etimológicamente, la palabra educación significa justamente un proceso de dirigir o encauzar. Cuando tenemos en cuenta el resultado del proceso hablamos de la educación como de una actividad estructuradora, moldeadora, formadora, es decir, de una estructuración según la forma normativa de la actividad social.
El método por el cual el joven asimila el punto de vista del viejo, es por medio de la acción del ambiente al suscitar ciertas respuestas.
Las palabras "ambiente", "medio", designan algo más que los lugares próximos al hombre. Designan la continuidad específica de esos lugares con sus propias tendencias activas.
El medio ambiente de un arqueólogo, como tal, consiste en las épocas remotas de la vida humana que estudia y los restos, inscripciones, etc., por los cuales establece conexiones con aquel período.
En suma, el medio ambiente consiste en aquellas condiciones que promueven o dificultan, estimulan o inhiben las actividades características de un ser vivo.

2. El medio ambiente social
El medio social forma a sus miembros inmaduros.
Hasta los perros y los caballos sufren modificaciones en su acción por la asociación con los seres humanos; forman hábitos diferentes porque los seres humanos intervienen en lo que hacen. Operando de un modo persistente para provocar ciertos actos, se forman hábitos que funcionan con la misma uniformidad que los estímulos originales.
Las acciones humanas se modifican de igual forma. Un niño que se ha quemado, teme al fuego; si un padre dispusiese las condiciones de tal suerte que cada vez que un niño tocara cierto juguete se quemara, el niño aprendería a evitar el juguete tan automáticamente como evita tocar el fuego, podemos llamar adiestramiento a diferencia de la enseñanza educativa.
Hemos de encontrar, pues, algunas diferencias entre el adiestramiento y la educación.
En muchos casos -en demasiados casos- se actúa sobre la actividad del ser humano inmaduro simplemente para asegurar hábitos que son útiles. Es adiestrado como un animal más que educado como un ser humano.
Más para lograr la felicidad o para evitar el dolor del fracaso tiene que actuar de acuerdo con los demás. En otros casos, comparte o participa en la actividad común. En este caso, se modifica su impulso original. No sólo actúa de un modo que está de acuerdo con los demás, sino que al actuar así se suscitan en él las mismas ideas y emociones que animan a los otros.
El medio social ni implanta directamente ciertos deseos e ideas ni establece tampoco ciertos hábitos de acción puramente musculares, como cerrar los ojos o evitar un golpe "instintivamente", sus creencias y sus ideas adoptarán una forma semejante a las de los demás del grupo. También adquirirá el mismo caudal de conocimientos, puesto que éste es un ingrediente de sus actividades habituales.
La importancia del lenguaje para la adquisición de conocimientos es indudablemente la principal causa de la idea común de que el conocimiento puede transmitirse directamente de unos a otros.
El niño pequeño comienza naturalmente con meros ruidos y sonidos que no tienen ningún sentido y que, por tanto, no expresan ninguna idea.
Cuando la madre sale con el niño a la calle le dice "el sombrero" al poner algo en la cabeza del niño. El salir a la calle se convierte en un interés para éste; la madre y el niño no sólo salen juntos físicamente, sino que ambos son afectados por la salida; disfrutan de aquélla en común. Por conjunción con los demás factores que entran en juego. El sonido "sombrero" adquiere pronto el mismo sentido para el niño que tiene para los padres; llega a ser un signo de la actividad en que interviene.
El sonido 'sombrero" adquiere sentido precisamente en la misma forma que la cosa "sombrero"; la garantía para el mismo modo de usarlos se encuentra en el hecho de que la cosa y el sonido se emplean primero en una actividad conjunta, como un medio para establecer una conexión activa entre el niño y un adulto. Una vez que los sonidos han adquirido sentido mediante su conexión con otras cosas empleadas en una empresa común, pueden emplearse en conexión con otros sonidos análogos para desarrollar nuevos sentidos, precisamente como se hallan combinadas las cosas a que aluden.
Por tanto, que el uso del lenguaje para expresar y adquirir ideas es una extensión y refinamiento del principio de que las cosas adquieren sentido usándolas en una experiencia compartida o una acción conjunta; cuando las palabras no intervienen como factores en una situación compartida, ni real ni imaginativamente, operan como estímulos puramente físicos, no poseyendo sentido ni valor intelectual.

3. El medio social como educativo
Un niño que se desarrolla en una familia de músicos tendrá inevitablemente estimuladas musicalmente cuales quiera capacidades que posea, y relativamente estimuladas más que otros Impulsos que pudieran haber sido despertados en otro ambiente. Si no toma interés por la música y adquiere cierta competencia con ella, "quedará fuera".
En las sociedades de nuestro tiempo, de acuerdo con los intereses y ocupaciones del grupo, ciertas cosas llegan a ser objetos de alta estimación; otras, de aversión. El modo en que nuestro grupo o clase hace las cosas tiende a determinar los objetos propios de atención y así prescribir la dirección y límites de la observación y la memoria. Lo que es extraño tiende a ser moralmente prohibido e intelectualmente sospechoso.
Así como los sonidos exigen objetos sensibles para estimularlos, así nuestros poderes de observación, recuerdo e imaginación no actúan tampoco espontáneamente, sino que son puestos en movimiento por las exigencias de las ocupaciones sociales corrientes.
Los modos fundamentales del hablar, la masa del vocabulario, se forman en el intercambio ordinario de la vida y se desarrollan no como una serie de medios de instrucción, sino como una necesidad social. El niño pequeño adquiere, la lengua materna.
En segundo lugar, las maneras. Las buenas maneras proceden, como se dice, de la buena crianza, se adquiere por estímulos habituales no por una información transmitida. Las maneras no son sino una moralidad menor.
En tercer lugar, está el buen gusto y la apreciación estética. Si la vista es afectada constantemente por objetos armoniosos, con elegancia de forma y color, se desarrollará naturalmente un espíritu de buen gusto. El efecto de un ambiente chabacano, desordenado, destruye el buen gusto. Contra tales obstáculos, la enseñanza consciente suministrar información, respecto a lo que piensan los demás.
Tal gusto, seguirá siendo un recuerdo elaborado de lo que piensan aquellos a quienes se ha enseñado a mirar.
Pero en general, puede decirse que las cosas que aceptamos sin indagación o reflexión son justamente las cosas que determinan nuestro pensar consciente y deciden nuestras resoluciones. Y estos hábitos que se hallan bajo el nivel de la reflexión son precisamente aquellos que se han formado en el dar y tomar constantes de las relaciones con los demás.

4. La escuela como medio ambiente especial
Nosotros nunca educamos directamente, sino de, forma indirecta por medio del ambiente.
Un hogar inteligente difiere de uno ininteligente principalmente en el hecho de que los hábitos de vida y de trato que prevalecen en aquél son escogidos o al menos matizados por la idea de su efecto sobre el desarrollo de los niños. Las escuelas nacen cuando las tradiciones sociales son tan complejas que se confía a la escritura y se transmite mediante símbolos escritos. Los logros acumulados de generación en generación se depositan en ella, aunque algunos quedan fuera de uso temporalmente, tan pronto como una comunidad depende en una medida considerable de lo que está más allá de su propio territorio y su propia generación inmediata, tiene que acudir al auxilio de las escuelas para asegurar la adecuada transmisión de todos sus recursos. De ahí que se haya establecido un modo especial de intercambio social, la escuela, para atender a tales asuntos.
Este modo de asociación tiene tres funciones. En primer lugar, una civilización compleja es demasiado compleja para ser asimilada en su totalidad. Ha de fragmentarse en partes, un niño colocado en la posición más favorable no podría participar fácilmente en muchas de las relaciones sociales. Los negocios, la política, el arte, la ciencia, la religión reclamarían todos a la vez su atención y la confusión sería el resultado. La primera misión del órgano social que llamamos la escuela es ofrecer un ambiente simplificado.
En segundo lugar, es misión del ambiente escolar eliminar, hasta donde sea posible, los rasgos perjudiciales del medio ambiente existente para que no influyan sobre los hábitos mentales. La selección no sólo aspira a simplificar, sino también a eliminar lo que sea indeseable.
Al seleccionar lo mejor para su uso exclusivo, lucha por reforzar el poder de esto mejor.
En tercer lugar, es misión del ambiente escolar, tratar de que cada individuo logre una oportunidad para librarse de las limitaciones del grupo social en que ha nacido y para ponerse en contacto vivo con un ambiente más amplio. Dentro de la ciudad moderna, a pesar de su unidad política nominal, existen comunidades, costumbres, tradiciones y formas de gobierno y control diferentes de las que existían en todo un continente en una época anterior.
Un club, una banda, una partida de ladrones, los presos de una cárcel ofrecen ambientes educativos para los que entran en sus actividades colectivas o conjuntas, tan reales como una iglesia, un sindicato obrero, un negocio o un partido político.
Hay también comunidades cuyos miembros tienen poco o ningún contacto directo entre sí, como los gremios de artistas por ejemplo. Ellos tienen aspiraciones en común y la actividad de cada miembro es directamente modificada por el conocimiento de lo que hacen los demás.
La mezcla en la escuela de la juventud de diferentes razas, religiones y costumbres crea para todos un ambiente nuevo y más amplio. Las materias de estudio comunes acostumbran a todos a una unidad de perspectiva en un horizonte más amplio que el visible a los miembros de cualquier grupo mientras está aislado.
La escuela tiene también la función de coordinar dentro de las disposiciones de cada individuo las diversas influencias de los diferentes ambientes sociales en que se introduce. Un código prevalece en la familia; otro, en la calle; un tercero, en el taller o el comercio; un cuarto, en la asociación religiosa. Cuando una persona pasa de uno de estos ambientes a otro, está sometida a presiones antagónicas y se halla en peligro de dividirse en un ser con diferentes normas de juicio y emoción en las distintas ocasiones. Este peligro impone a la escuela una misión estabilizadora e integradora.

Sumario
El desarrollo en el joven de las disposiciones la vida continua y progresiva de una sociedad. Tiene lugar por medio del ambiente, consiste en la suma total de condiciones que intervienen en la ejecución de la actividad característica de un ser vivo.
El ambiente social consiste en todas las actividades de todos los seres semejantes que intervienen en el desarrollo de las actividades de todos sus miembros. Aquél es verdaderamente educador en la medida en que un individuo comparte o participa en alguna actividad conjunta. Al realizar su participación en la actividad asociada, el individuo se apropia el propósito que la motiva, se familiariza con sus métodos y materias, adquiere la destreza necesaria y se satura de su espíritu emocional.
Conforme se hace más compleja una sociedad, se hace necesario proporcionar un ambiente social especial que atienda especialmente al desarrollo de las capacidades de los seres inmaduros. Tres de las más importantes funciones de este ambiente especial son: simplificar y ordenar los factores de las disposiciones que se desea desarrollar; purificar e idealizar las costumbres sociales existentes; crear un ambiente más amplio y mejor equilibrado que aquél por el cual el joven sería probablemente influido si se le abandonara a sí mismo.

martes, 25 de julio de 2017

Angel Díaz Barriga - La escuela como institución

Angel Díaz Barriga
Una de las vetas de análisis de la institución escolar en el momento actual es el problema del poder. Se tiende a “subjetivar” su dimensión, ya que a veces se muestra que el uso del poder depende fundamentalmente de la voluntad de quienes conforman la institución escolar. Trataremos de mostrar que el poder es un problema del desarrollo cultural y de la sociedad contemporánea; lo que sucede en la escuela es una manifestación de una situación estructural mayor.
Se trata de efectuar un acercamiento a la relación poder – institución escolar, que permita mostrar la dependencia estructural de la cultura y la sociedad que subyace en la misma dinámica del poder.
La Institución Escolar en el Programa de la Modernidad.
Las Afirmaciones Iniciales.
La escuela es una institución que ha sido objeto de críticas desde las más variadas disciplinas sociales (sociología, economía, psicología, pedagogía, etcétera).
La institución escolar, actual, no es un “universal” abstracto. Es un error de las historias de la educación el utilizar el vocablo escuela para instituciones que existieron en la antigüedad (gimnasio griego, escuela alejandrina), en el medioevo (escuela parroquial), en culturas primitivas como la mexica (el calmecac), cuando todas estas instituciones difieren sustantivamente con el programa instaurado en la escuela en nuestros días (si bien la escuela contemporánea se cimienta de la llamada cultura occidental o en otros términos, greco-latina).
La escuela es una institución del programa de la modernidad. Refleja el proyecto de modernidad social instaurado por la burguesía, es adicta a sus valores, se encuentra signada por una triple perspectiva de proyecto en este programa. En sus dos primeros, esta perspectiva tiene una dimensión claramente manifiesta, pero en su tercer nivel es básicamente un proyecto latente.

La Tarea de la Escuela en el Programa de la Modernidad.

La institución escolar cumple diversas tareas que se desprenden claramente del contexto político-social en el que emerge. Los niveles manifiestos de la tarea escolar están signados por :

a. El lema de la revolución francesa: libertad, fraternidad e igualdad. En el proceso de conquista del poder, se busca que se democratice el acceso al saber, que se “legitime “ la igualdad de oportunidades que existen en un sistema social, que coloque los valores de lo “colectivo” por encima de los intereses privados.
b. La reformulación del propio proyecto burgués bajo el pensamiento comptiano que enfatiza las ideas de orden y progreso, como resultado de la obtención del poder. Se trata de mantener el estatus quo del poder para la burguesía. La idea revolucionaria inicial se ve signada bajo la presión de establecer el progreso “de todos” a partir de la asunción colectiva del orden (de un orden) como válido universal, necesario y legitimo para todos.
La base de los reacomodos del programa burgués se puede encontrar en las perspectivas que establece la ilustración. La revolución burguesa es el resultado de un proceso social estructurado en el que se “rompe” con el orden social previo, con una concepción mítica del mundo (de orden religioso), y se propone en la esfera ideológica que el hombre guíe su acción a través de su propia razón. Weber lo define como el des-encantamiento del mundo, y Kant lo expresa con la siguiente frase:

La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía del otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino en la decisión y el valor parar servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro… Ten el valor de servirte de tu propia razón. He aquí el lema de la ilustración.
La razón confiada a la divinidad que guía, orienta, y delimita nuestra capacidad de acción se reemplaza por una razón apoyada en la inteligencia del hombre, en lo que esta puede mostrar a través de la ciencia. El conocimiento es del dominio público, nadie tiene el derecho a prohibir o hacer renegar aquello que se puede mostrar.
Este orden público requiere ser resguardado por diversas instituciones sociales, a cargo del Estado que se realizará aún en contra del interés privado del grupo familiar (preservar y transmitir “sus” valores a sus hijos). La esfera de lo público signa a la educación y la preserva de los intereses que puedan atribuirse a lo privado. Gouldner así lo reconoce cuando expresa:

Después de la revolución francesa se produce en muchas partes de europa … una profunda reforma de la educación pública, no controlada por la iglesia (relativamente más) multiclasista, en los niveles inferiores como colegiales, politécnicos y universitarios. La educación superior en la escuela pública se convierte en la base institucional para la producción en masa de la Nueva Clase de intelligentsia e intelectuales … (éstos) como maestros, se considera que no tienen la obligación de reproducir los valores paternos en los hijos. Los maestros públicos desplazan a los tutores privados. El nuevo sistema educacional estructuralmente diferenciado está cada vez más aislado del sistema familiar y se transforma, entre los estudiantes, en una importante fuente de valores, divergentes a los de su familia… A la par que la educación pública limita la influencia familiar sobre la educación, también aumenta la influencia sobre de ella por parte del Estado.
El Estado y la Institución Escolar se convierten en guardianes de este derecho público. La educación es un bien público que nadie tiene derecho a apropiarse en forma privada.
c. Este proyecto se expresa a través de la imposición de una forma de ver a la realidad y a la sociedad, y a través de la preparación de los escolares para una adaptación pasiva a esta sociedad, un claro problema de poder y de control (individual y social del hombre) que ya estaba signado en la propia idea de orden establecida.

Así se presupone que la sociedad burguesa es la mejor sociedad posible. Los límites a su idea de libertad y progreso, no se encuentran en la estructura de su programa, sino en su deficiente aplicación, y en los “limites” biológicos que la naturaleza impone al hombre. De ahí todos los estudios racistas que desde el siglo XVII se realizaron para mostrar la superioridad de una raza (la blanca )sobre las demás . Por ello se efectuaron inicialmente estudios sobre frenología (tamaño y forma del cráneo ), posteriormente (ya en el siglo XX)con el advenimiento de la llamada psiclogía científica, se desarrollaron múltiples estudios sobre coeficiente intelectual.

En el fondo de estas aproximaciones subyace la creencia de que no hay deficiencia en el proyecto burgués, y se trata de mostrar que los “descarriados sociales poseen un bajo coeficiente intelectual”. Así se reduce el problema a un ámbito biológico, y se supone que es en esta dimensión donde debe ser atacado. Historiadores estadounidenses muestran como a través de los estudios sobre deficiencia intelectual se llegó a mostrar que negros, prostitutas y madres solteras poseían un bajo coeficiente.

Así lo muestran Bowles y Gintis cuando expresan: En Nueva York se informó que el 85 por ciento de las prostitutas eran débiles mentales, el 69 por ciento de los reos blancos y el 90 por ciento de los reos negros en prisión en Kansas, y el 90 por ciento de los negros fueron clasificados como cretinos; un estudio reveló que 98 por ciento de las madres solteras fueran declaradas débiles mentales. Los psicólogos de este movimiento a principios de siglo, se vieron envueltos en discusiones de carácter” altruista” a partir de las cuales se legalizaba la castración de niños (para evitar la procreación de degenerados mentales).

Así lo expresa Kamin cuando dice: En un trabajo de 1898 se informaba sobre la castración de 26 niños: 24 fueron operados debido a su persistente epilepsia y masturbación, uno por epilepsia con imbecilidad y otro por masturbación con debilidad mental…. El psicólogo Terman lo justificaba de esta manera: Si queremos preservar nuestro Estado para una clase de personas dignas de poseerlo, hemos de evitar en la medida de lo posible la propagación de los degenerados mentales.

De hecho en esta exposición resumimos brevemente los méritos y límites de la institución escolar.

a. Problema del poder.
b. problema de autoridad y
c. disciplina.

El problema del poder responde a una línea temática en la que en la actualidad se analiza la institución escolar. Indudablemente que la originalidad y fecundidad de tal aproximación no deja duda. Sin embargo, es necesario reconocer que una carencia básica de tales aproximaciones es negarse a revisar el problema del poder desde un punto de vista conceptual, político e histórico. Existen múltiples aproximaciones desde las ciencias sociales para el análisis del poder en la escuela. Una de ellas es la llamada nueva sociología de la educación.

Según Trotier, el vuelco hacia el estudio del problema del poder en la “nueva sociología” británica tiene como antecedente la saturación (y relativo fracaso) de los estudios sociológicos de la década de los años sesentas en los que se pretendió mostrar que los problemas de pobreza estaban ligados a “falta de educación” (entiéndase escolaridad). De esta manera, en los sesentas se estudiaban (en la Gran Bretaña) aspectos socio demográficos sobre el éxito, fracaso y abandono escolar. Es hasta principios de los años setentas en que tal movimiento sociológico busca analizar como:

…. la selección y la organización de los conocimientos al interior del sistema de enseñanza (como) íntimamente ligados a la forma en que el poder se distribuye en la sociedad… el objetivo es mostrar (como) ciertos grupos llegan a ejercer un control sobre la definición de lo que debe ser considerado como conocimiento válido.

Para este autor existen dos vetas en este pensamiento sociológico, una weberiana y otra fenomenológica. Si bien con posterioridad ambas vetas tratan de saldar sus diferencias, la concepción fenomenológica ha privado (por lo menos en nuestro medio) como un elemento que ha subjetivado el problema del poder en la escuela. Con ello queremos afirmar que se realizan estudios en donde el autoritarismo se ve como un acto fundamentalmente “docente” (13) y se supone que bastaría con la decisión de profesor para modificar esta situación.

No negamos que la lucha contra el poder puede constituir un programa de utopía (14). Pero para estar en condiciones de pensar esta posibilidad antes habría que analizar hasta donde es factible que exista una sociedad sin poder, y como se dan las formas de poder en la sociedad

Utilizaremos dos aproximaciones que desde el problema de la cultura y delas relaciones sociales nos permitan efectuar nuestra disección. Una la retomaremos del pensamiento freudiano, y la otra de la sociología comprehensiva. Ambas construcciones conceptuales datan de la primera parte de siglo. Manifestamos que no son las únicas vetas que examinan la problemática de la relación poder, sociedad y escuela (15).

Freud, en el Malestar en la cultura ofrece algunas pistas interesantes para iniciar una dilucidación sobre tal cuestión.

La convivencia humana sólo se vuelve posible cuando se aglutina una mayoría más fuerte que los individuos aislados, y cohesionada frente a estos. Ahora el poder de esta comunidad se contrapone como “derecho”, al poder del individuo que es condenado como violencia bruta.. buena brega de la humanidad gira entorno a hallar un equilibrio…vale decir, dispensar de felicidad entre demandas individuales y exigencias culturales de la masa… A raíz de la hostilidad primaria y recíproca de los seres humanos, la sociedad culta se encuentra bajo una permanente amenaza de disolución… la cultura tiene que movilizarlo todo para poner límites a las pulsiones agresivas de los seres humanos (16).

Es en la instauración de la cultura para mediar el conflicto entre pulsiones de vida y muerte en los individuos y en las masas, en la que Freud ve que la educación tiene un papel fundamental. Múltiples son las afirmaciones del autor en este sentido:

Bajo el influjo del maestro, pronto aprenden a sustituir el principio del placer por una modificación… el yo experimenta que es inevitable renunciar a una satisfacción inmediata, posponer la ganancia del placer, soportar un poco de displacer y resignar por completo determinadas fuentes de placer. El yo así educado de ha vuelto razonable, ya no se deja gobernar más por el principio del placer, sino que obedece al principio de realidad (17).

El hombre posee más una inclinación hacia el descuido, a la falta de regularidad y de puntualidad en su trabajo, y debe ser educado empeñosamente para imitar los arquetipos celestes (18).

La otra perspectiva que hemos elegido para acercarnos a esta cuestión, la constituye el pensamiento sociológico de Max Weber, precisamente sus aproximaciones sobre la dominación lo llevan a estudiar la relación que existe entre ésta y el poder. Así lo expresa:

La dominación es uno de los elementos más importantes de la acción comunitaria… La dominación desempeña en casi todas sus formas, aún allí donde menos se sospecha, un papel considerable… la dominación ejercida en la escuela determina el modo mas duradero y constante la forma y la preponderancia del lenguaje escolar oficial… Como luego veremos, la dominación es un caso especial de poder (19).

El autor establece un concepto de poder:

Necesitamos una definición más precisa de lo que significa dominación y de su relación con el concepto general de poder. En el sentido general de poder y, por tanto, de la posibilidad de imponer la propia voluntad sobre la conducta ajena, la dominación puede presentarse en las formas más diversas (20)

Entendemos por dominación un estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta (mandato”) del “dominador” o de los “dominadores” influye sobre los actos de otros (del “dominado” o de los “dominados”), de tal suerte que en un grado socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran adoptado por sí mismos y como máxima de su obrar el contenido del mandado (“obediencia”)…desde un punto de vista psicológico, un mandato puede ejercer su acción mediante “compenetración” -endopatía-, mediante “inspiración”, por “persuasión” racional o por combinación de algunas de estas tres formas capitales (21).

Para Weber, existen tres formas legítimas de dominación: la legal, la tradicional y la carismática. (22). La legal procede de la idea de que cualquier cuestión que en principio es de derecho puede crearse y modificarse por medio de un estatuto sancionado correctamente. Su tipo más claro es la dominación burocrática, en ella se obedece a la norma y no a la persona.

Es innegable la fertilidad de esta aproximación para analizar el escenario escolar afectado por un conjunto de normas externas (Ley Federal de Educación, de profesiones, etcétera), y por normas internas (diversos reglamentos para el funcionamiento de la institución: inscripciones, exámenes, etc, como normas de procedimientos e incluso sus planes y programas de estudio). En estos casos no es la personas la que impone su dominio, sencillamente es la que ejecuta la norma (sea el funcionario de inscripción o el docente que cumple con su programa).

Por dominación tradicional, el autor entiende aquella que se estructura en función de la creencia en la santidad de los ordenamientos y en los poderes señoriales de siempre. Su modelo más claro es la dominación patriarcal, los siervos tienen que obedecer al señor en tanto están a su servicio. No se podría negar que esta forma de dominación tiende a preservarse de alguna manera en la escuela: el alumno que tiene que obedecer cualquier ordenamiento que provenga del maestro, sólo porque es el maestro e incluso en formas más sutiles la obligación que se puede imponer al alumno, por ejemplo a través de exámenes o calificaciones, a contestar o estudiar aquello que el profesor considera correcto (23).

Mientras que por dominación carismática entiende a la que se estructura en virtud de la devoción afectiva a una persona bien sea por sus dotes sobrenaturales (carisma) y en particular por: facultades mágicas, revelaciones, heroísmo, poder intelectual y de palabra (oratoria). Sería muy interesante analizar esta situación en el ámbito de la relación educativa, seguramente encontraríamos que en esta relación se dan muchas variantes y expresiones de estos tipos de dominio.

Snyders (24) ha sostenido que uno de los pilares de la escuela activa ha sido el carisma personal que le han impreso cada uno de sus actores. Y en estricto sentido habría que reconocer que también son los grandes maestros los que se ofrecen como modelo en el paradigma de la escuela tradicional (25). Por ejemplo, Sartre.

Así, desde la perspectiva weberiana la escuela (como una forma de comunidad), es un espacio en el que necesariamente se tienen que dar relaciones de dominación, algunas de estas formas de dominación son legítimas. Entonces, desde esta perspectiva lo que habría que atender es a la legitimidad de las mismas y no a la “satanización” de su ejercicio.

No podemos dejar de mencionar que desde las diferentes vertientes del marxismo se podrían explorar otras formas en las que el poder se relaciona con los procesos de la sociedad y obviamente en la escuela. Así, el pensamiento de Lenin, fundamentalmente en su concepción de intelectual-partido-proletariado, permitiría entender bajo la perspectiva de liderazgo una forma de poder que necesariamente se expresaría en la escuela.

En el pensamiento althusseriano la escuela es el lugar donde se reproducen los valores de la clase dominante, la escuela transmite la ideología dominante. Mientras que en una visión gramsciana la escuela sería un espacio para gestar no sólo una visión hegemónica, sino una contra-hegemónica. Así, el poder puede ser analizado en su ejercicio en la institución escolar. Pero como afirmamos inicialmente, no es objeto de nuestro trabajo dar cuenta de todas las dimensiones posibles para el análisis de esta cuestión.

Para el interés de nuestra exposición los conceptos cultura, dominación y poder tienen un entrecruzamiento estructural. Esto es, no dependen sólo de la voluntad subjetivada de los seres humanos; esto quiere decir, que no se puede renunciar a ellos en forma voluntaria. Conforme avanza este tipo de organización cultural y por tanto nuestras relaciones como hombres, las formas de poder y dominación estarán presentes. Parafraseando una expresión de Freud (26), afirmamos que no podemos pensar qué pasaría en otra forma de desarrollo cultural. Nuestra idea utópica es llegar a una situación donde la dominación y poder circulen de igual manera entre todos los miembros de la colectividad.

De las formas sociales que conocemos no encontramos ninguna donde esta situación exista. El pensamiento freudiano nos muestra los planos subjetivo-culturales que limitan tal cuestión, mientras que la sociología weberiana por su parte, nos acerca a una perspectiva de corte socia-económico.

A Manera de Una Reflexión Final.

De Brasi expresa que habría que tomar con cierto cuidado aquellas ideas que sostienen que las relaciones horizontales, por su carácter participativo, igualitario y más dinámico significan un cambio; establece la idea de que en ocasiones se trata de sólo una “inversión”.

…. cuando más nos encontramos ante una variación de la misma problemática, puesto que en ella no se entienden ni se cuestionan los focos de origen y producción del poder, sino, meramente las formas de su distribución. (27)

Queremos relevar al mismo tiempo que las formas de dominación y poder en la escuela están signadas por esta situación estructural amplia. Esto es, la escuela es una expresión de una situación cultural y social, responde al proyecto de modernidad, no puede ser ajena a diversas expresiones de dominio y poder, como tampoco son ajenas a esta situación las otras instituciones de este proyecto, empezando por la familia.

Por lo tanto, las pedagogías utópicas que luchan por la desaparición del poder en la escuela, hasta el momento están condenadas a:

A. Por una parte, acercarse contradictoriamente a un pensamiento utópico (caso Nelly, Freinet, No-directividad y Pedagogía institucional) (28), intentando luchar contra formas estructurales de poder y dominación, esperando que éstas se “cobren su cuota de presencia y realidad“ a cada instante.
B. O bien, por otra parte, quedarse en el terreno de la denuncia de los vicios del sistema educativo en general. Esto es quedarse signados sólo por un momento de negatividad, que en las actuales condiciones no puede completarse con la positividad necesaria.

No podemos negar que detrás de este pensamiento de negatividad puede existir tanto una fuga de la realidad, como una comodidad intelectual en tanto el objeto malo se proyecta siempre en los demás, en los otros, esto es en los profesores, los pedagogos y la escuela. De esta manera se subjetiva un proceso social de carácter más estructural.

De los estudios sobre genealogía del poder que ha realizado Michel Foucault se puede llegar a una conclusión similar:

El estudio de esta microfísica supone que el poder que se ejerce no se conciba como una propiedad, sino como una estrategia, que sus efectos de dominación no sean atribuidos a una apropiación, sino a unas disposiciones, maniobras, tácticas, técnicas, funcionamientos; que se descifre una red de relaciones siempre tensas, siempre en actividad más que un privilegio que se podría detentar …. Esto quiere decir que estas relaciones descienden hondamente en el espesor de la sociedad, que no se localizan en las relaciones del Estado con los ciudadanos o en la frontera de las clases y que no se limitan a reproducir al nivel de los individuos, de los cuerpos unos gestos y unos comportamientos … quizás haya que renunciar a creer que el poder vuelve loco, y que en cambio, la renunciación al poder es una de las condiciones con las cuales se puede llegar a sabio. Hay que admitir más bien, que el poder produce saber; que poder y saber se implican directamente el uno al otro, que no existe relación del poder sin constitución correlativa del campo del saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo una relaciones de poder (29).

Desde mi perspectiva este es el defecto en el que adolece la aproximación al estudio del problema del poder en la escuela. Se ve como algo subjetivado a la institución o a sus actores, que puede ser removido sin tocar las condicionantes del mismo. Indudablemente que esta afirmación no puede interpretarse como una protección contra las diversas “barbaries” que subsisten en la acción educativa, sólo es un señalamiento que tales “barbaries” y tales actos de poder, sólo son síntomas de problemas estructurales de mayor complejidad.



Indudablemente que es factible construir una serie de experiencias “bárbaras” en la escuela, en donde la relación maestro-alumno está signada por lo siniestro, por la destrucción, por la misma muerte. Se puede tratar de relaciones sádicas, de complicidad, etcétera. Tampoco es la escuela la única institución social donde se pueden dar estas perversiones. En todo caso, creo que tales ameritan un detallado estudio, primero, para comprender una conformación y acceder a planos más confiables de explicación y segundo, para crear condiciones que eviten su repetición.